A BORIS VIAN LE GUSTABAN LOS DIBUJOS ANIMADOS
CARTA ABIERTA A VICENTE MOLINA FOIX
Estimado señor:
En su artículo “Dibujos animados” (Tiempo, 18-9-09) parece desconocer que Daumier o Cruikshank (como Doré, Cham, Gavarni, Frost, Caran d’Ache o Grandville) forman parte de una larga tradición en la que se integran como sucesores Hergé, Uderzo, Ibáñez o la lista de nombres que ya le han mencionado desde numerosos foros. Y ello de igual manera que sus admirados dibujantes heredaron técnicas y recursos de autores anteriores como Bosse, Bouttats, Coypel, Hogarth, Lavreince o Vanderbank. Todos ellos se dedicaron a contar historias por medio de imágenes dibujadas y organizadas secuencialmente. Sobre un soporte u otro, valiéndose de un instrumento inscriptivo u otro según la tecnología de la época, han sido los “comiqueros” de la Historia.
Entre todos pusieron a punto una forma de relato, sencilla sólo en apariencia, que hace que el espacio de la figuración funcione también como tiempo de la narración y la contigüidad de viñetas se lea como continuidad. Eso da como resultado un medio de comunicación extraordinariamente rico donde lo descriptivo se combina con lo expresivo y los valores plásticos con los semánticos. El cine, que usted cultiva como realizador, le debe mucho a la historieta. Inspiró sus argumentos como queda de manifiesto ya en la primera película de ficción de Louis Lumière, L’arroseur arrosé (El regador regado, 1895) que, más que adaptación, es una copia plano a plano de la historieta del mismo título de Hermann Vogel publicada por Quantin en 1887. Y no sólo eso, la historieta descubrió antes que el cine planificaciones y encuadres. Lea al respecto el estudio comparado entre McCay y Griffith que Faustino Rodríguez Arbesú publicó en el nº 15 de El Wendigo (1980). Como reconocimiento de esa deuda, desde Tarantino o Godard a Kurosawa, desde René Clair o Resnais a Fellini, que fue él mismo caricato (como lo fue Alex de la Iglesia), han manifestado su admiración por los tebeos.
Pero, si extraña su desconocimiento del medio que pretende denostar, aún sorprende más su ignorancia del que pretende defender. Sepa usted que Boris Vian, admirador de la por entonces emergente cultura americana, no sólo interpretaba jazz (“música para negros” la llamaban utilizando argumentos similares a los que usted utiliza ahora) sino que apreciaba enormemente los dibujos animados. Es más, tanto la fantasiosa e inestable ambientación de sus novelas como la construcción de sus personajes pueden explicarse por esta influencia. Lea al respecto la tesis doctoral de Adela Cortijo El sistema de personajes en la obra narrativa de Boris Vian (Valencia 2002). Allí verá que los personajes híbridos, los que se desdoblan, los que lucen un nenúfar en el pulmón o los que ven cómo les crece la barba desaforadamente guardan gran similitud con historias de Disney, la Warner o Tex Avery.
No tengo constancia de que Ionesco leyera historietas, pero no sería de extrañar habida cuenta de los gags y el tipo de humor que utiliza en sus obras. En cualquier caso la dinámica escenográfica que tan novedosamente instaura se halla muy próxima a la que es habitual en los tebeos. Rinoceronte, una de sus mejores piezas, se basa en la metamorfosis que transforma a los humanos en rinocerontes. Y la metamorfosis es un avatar que, por su adaptación a la secuencia gráfica, el cómic utiliza con gran frecuencia. El crecimiento del cadáver hasta ocupar toda la escena en Amadeo o cómo salir del paso también forma parte de esos procesos de proliferación, en último término de metamorfosis, tan propios de la historieta.
Señor Molina Foix, en su segundo artículo sobre esta cuestión (Tiempo, 2-10-09) intenta acogerse a la subjetividad del gusto personal. Pero usted pretendió, desde la autoridad de la cultura “de verdad”, ser objetivamente descalificador. Y se mostró sumamente mezquino pues cuestionó un Premio Nacional que a usted no le priva de nada y a los que trabajamos en este medio nos ayuda mucho. Desde que se instauró hace tres años hemos ganado prestigio, cobertura mediática y, sobre todo, ilusión creativa.
Debería recapacitar y rectificar. A lo largo de la Historia de las artes ha habido muchos debates de este tipo y usted se ha colocado en el bando y ha utilizado los argumentos de los que siempre acaban perdiendo. Hasta el siglo XVIII el teatro fue considerado género menor y pecaminoso y la novela hasta el XIX y la fotografía y el cine hasta hace unas décadas y la historieta, antes de su irrupción, hasta hace unos pocos años. Si conociera la trayectoria seguida por los métodos de análisis y evaluación de los procesos creativos, sabría que sus criterios, además de impertinentes, están caducos desde los años sesenta con Umberto Eco, enterrados en los ochenta con Lyotard y podridos en los noventa con Bourdieu.
Quizá piense que el mantenimiento de su posición le va a salir gratis porque los ignorantes que leen tebeos no tienen nada que ver con sus selectos lectores. Quizá se lleve una sorpresa. Algunos apreciábamos la elaborada potencia de su estilo e incluso el argumento de algunas novelas como El vampiro de la calle México. Comprobada su ignorante arrogancia, denos de baja a partir de este momento.
Atentamente.
Antonio Altarriba
Catedrático de Literatura Francesa en la Universidad del País Vasco, escritor y guionista
CARTA ABIERTA A VICENTE MOLINA FOIX
Estimado señor:
En su artículo “Dibujos animados” (Tiempo, 18-9-09) parece desconocer que Daumier o Cruikshank (como Doré, Cham, Gavarni, Frost, Caran d’Ache o Grandville) forman parte de una larga tradición en la que se integran como sucesores Hergé, Uderzo, Ibáñez o la lista de nombres que ya le han mencionado desde numerosos foros. Y ello de igual manera que sus admirados dibujantes heredaron técnicas y recursos de autores anteriores como Bosse, Bouttats, Coypel, Hogarth, Lavreince o Vanderbank. Todos ellos se dedicaron a contar historias por medio de imágenes dibujadas y organizadas secuencialmente. Sobre un soporte u otro, valiéndose de un instrumento inscriptivo u otro según la tecnología de la época, han sido los “comiqueros” de la Historia.
Entre todos pusieron a punto una forma de relato, sencilla sólo en apariencia, que hace que el espacio de la figuración funcione también como tiempo de la narración y la contigüidad de viñetas se lea como continuidad. Eso da como resultado un medio de comunicación extraordinariamente rico donde lo descriptivo se combina con lo expresivo y los valores plásticos con los semánticos. El cine, que usted cultiva como realizador, le debe mucho a la historieta. Inspiró sus argumentos como queda de manifiesto ya en la primera película de ficción de Louis Lumière, L’arroseur arrosé (El regador regado, 1895) que, más que adaptación, es una copia plano a plano de la historieta del mismo título de Hermann Vogel publicada por Quantin en 1887. Y no sólo eso, la historieta descubrió antes que el cine planificaciones y encuadres. Lea al respecto el estudio comparado entre McCay y Griffith que Faustino Rodríguez Arbesú publicó en el nº 15 de El Wendigo (1980). Como reconocimiento de esa deuda, desde Tarantino o Godard a Kurosawa, desde René Clair o Resnais a Fellini, que fue él mismo caricato (como lo fue Alex de la Iglesia), han manifestado su admiración por los tebeos.
Pero, si extraña su desconocimiento del medio que pretende denostar, aún sorprende más su ignorancia del que pretende defender. Sepa usted que Boris Vian, admirador de la por entonces emergente cultura americana, no sólo interpretaba jazz (“música para negros” la llamaban utilizando argumentos similares a los que usted utiliza ahora) sino que apreciaba enormemente los dibujos animados. Es más, tanto la fantasiosa e inestable ambientación de sus novelas como la construcción de sus personajes pueden explicarse por esta influencia. Lea al respecto la tesis doctoral de Adela Cortijo El sistema de personajes en la obra narrativa de Boris Vian (Valencia 2002). Allí verá que los personajes híbridos, los que se desdoblan, los que lucen un nenúfar en el pulmón o los que ven cómo les crece la barba desaforadamente guardan gran similitud con historias de Disney, la Warner o Tex Avery.
No tengo constancia de que Ionesco leyera historietas, pero no sería de extrañar habida cuenta de los gags y el tipo de humor que utiliza en sus obras. En cualquier caso la dinámica escenográfica que tan novedosamente instaura se halla muy próxima a la que es habitual en los tebeos. Rinoceronte, una de sus mejores piezas, se basa en la metamorfosis que transforma a los humanos en rinocerontes. Y la metamorfosis es un avatar que, por su adaptación a la secuencia gráfica, el cómic utiliza con gran frecuencia. El crecimiento del cadáver hasta ocupar toda la escena en Amadeo o cómo salir del paso también forma parte de esos procesos de proliferación, en último término de metamorfosis, tan propios de la historieta.
Señor Molina Foix, en su segundo artículo sobre esta cuestión (Tiempo, 2-10-09) intenta acogerse a la subjetividad del gusto personal. Pero usted pretendió, desde la autoridad de la cultura “de verdad”, ser objetivamente descalificador. Y se mostró sumamente mezquino pues cuestionó un Premio Nacional que a usted no le priva de nada y a los que trabajamos en este medio nos ayuda mucho. Desde que se instauró hace tres años hemos ganado prestigio, cobertura mediática y, sobre todo, ilusión creativa.
Debería recapacitar y rectificar. A lo largo de la Historia de las artes ha habido muchos debates de este tipo y usted se ha colocado en el bando y ha utilizado los argumentos de los que siempre acaban perdiendo. Hasta el siglo XVIII el teatro fue considerado género menor y pecaminoso y la novela hasta el XIX y la fotografía y el cine hasta hace unas décadas y la historieta, antes de su irrupción, hasta hace unos pocos años. Si conociera la trayectoria seguida por los métodos de análisis y evaluación de los procesos creativos, sabría que sus criterios, además de impertinentes, están caducos desde los años sesenta con Umberto Eco, enterrados en los ochenta con Lyotard y podridos en los noventa con Bourdieu.
Quizá piense que el mantenimiento de su posición le va a salir gratis porque los ignorantes que leen tebeos no tienen nada que ver con sus selectos lectores. Quizá se lleve una sorpresa. Algunos apreciábamos la elaborada potencia de su estilo e incluso el argumento de algunas novelas como El vampiro de la calle México. Comprobada su ignorante arrogancia, denos de baja a partir de este momento.
Atentamente.
Antonio Altarriba
Catedrático de Literatura Francesa en la Universidad del País Vasco, escritor y guionista
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